AUDIMA

quarta-feira, 1 de agosto de 2018

Relaciones humanas y consecuencias en el modelaje del cerebro

LAS BASES DE LA TEORIA DE DANIEL SIEGEL
 DANIEL SIEGEL,
Neurólogo. Director del Center for Human Development (*)
Introducción
Daniel Siegel presenta en este artículo varias maneras de considerar la interacción de las relaciones humanas con los procesos biológicos del cerebro, en la modelación de la compasión en la mente en desarrollo, a lo largo de toda la vida. Para realizar esta exploración, sintetiza varios resultados científicos, en un esfuerzo por comprender la mente humana, y tratar de comprender la importancia de las relaciones de apego en la formación del cerebro del niño.
El deseo del autor es invitar al lector a estudiar estas ideas y aplicarlas a su trabajo y a su propia vida, para que le permitan aumentar su capacidad de ayudar a los demás y a sí mismo, a comprender, en cierta medida la difícil cuestión de qué es la mente, así como la importancia decisiva de las relaciones interpersonales para crear un mundo donde se practique una mayor compasión en las relaciones humanas.
Comienza analizando la primera y la más «sencilla» de las relaciones: aquella que une los padres al recién nacido. Expone las distintas formas en que las personas que cuidan del niño pequeño modelan directamente el despliegue de su estructura cerebral y su desarrollo mental.


La experiencia, el apego y el cerebro humano

El niño llega al mundo genéticamente programado para comunicar con las personas que cuidan de él. Constituirán la «figura del apego». Ese apego se puede establecer con la madre, el padre y con los demás adultos que atienden de cerca al niño durante todo su desarrollo. El apego se considera como un «sistema motivacional» básico, innato, que se adapta biológicamente, y que lleva al niño a realizar una unión selectiva con los adultos presentes en su vida. Esas formas de apego crean una relación en la que el niño: 
1) buscará la cercanía de esa figura; 2) se sentirá en un puerto seguro al verse consolado por ella en los momentos de dificultad; y 3) establecerá un «modelo de trabajo interior de una base segura» -un esquema interior del yo con el otro, del yo con la figura del apego- que le dará seguridad, capacitándolo para explorar el mundo, adquirir un sentido de bienestar y tranquilizarse en los momentos de aflicción en el futuro.

Aunque el sistema del apego está «firmemente instalado» en el cerebro, las experiencias del niño pequeño modelarán directamente la organización de ese sistema. ¿Cómo? Si nos remitimos a las ideas generales de cómo la experiencia modela el cerebro, podremos comenzar a responder a esta pregunta.

La experiencia incluye la activación, en el cerebro, de las neuronas que responden a los resultados sensores procedentes del mundo exterior o a las imágenes que se forman interiormente, creadas por el cerebro mismo (como nuestra experiencia de recordar los tiempos pasados). Las neuronas son las células básicas del cerebro. Son células largas que poseen un núcleo central y prolongaciones emisoras y receptoras conectadas con otras neuronas. El mecanismo básico de la función neuronal es el siguiente: una especie de corriente eléctrica pasa por el «axón», o longitud neuronal, hasta su ramificación terminal, donde se conecta con otras neuronas en «sinapsis». El impulso eléctrico produce la liberación de un neurotransmisor (substancia química) que fluye a través del pequeño espacio sináptico para activar (o inhibir) la neurona receptora. La cuestión clave es la siguiente: cada neurona está conectada con unas 10.000 neuronas más. Existen alrededor de cien mil millones de neuronas. Además, se cree que existe una serie increíble de tipos de impulsos que «conectan y desconectan», en una compleja red de conexiones en forma de telaraña.

Cuando se activan determinados sectores del cerebro (neuronas interconectadas, grupos de neuronas y conjuntos de grupos de neuronas que forman caminos específicos y sistemas cerebrales), crean los distintos procesos mentales. Por ejemplo, mientras Uds. leen estas palabras, los circuitos de la percepción se activan en su cerebro: una determinada palabra activará sus circuitos visuales o auditivos en una cierta forma. Su cerebro creará un «mapa nervioso» o «perfil de red nerviosa» -un tipo específico de impulsos nerviosos en determinadas regiones- que sirve para crear una «imagen mental», como la imagen sensorial de las palabras o la representación lingüística del significado de la palabra misma. El término «representación» se utiliza a veces para referirse a un mapa nervioso o a una imagen mental que sirve de símbolo para algo. No sabemos exactamente cómo el «mapa» cerebral crea la «imagen» mental.

La entidad que denominamos «mente» se puede entender, en su significado más sencillo, como modelo de flujo de energía e información. Como veremos, la energía y la información pueden circular en el interior del cerebro, o entre distintos cerebros. Así pues, los modos según los cuales la energía y la información circulan en un individuo, o entre dos individuos, ayudan a crear la experiencia mental. Las palabras que utilizamos para describir esos procesos pueden incluir a veces un «dualismo» entre mente y cerebro. Para evitar esa posibilidad de dualismo, utilizaré los términos «mapa nervioso», «imagen mental» y «representación nerviosa o mental», dándoles un significado intercambiable a lo largo de todo el documento.

Otra cuestión importante, de orden general, es la siguiente: aunque aquí hablaremos de determinadas regiones y circuitos cerebrales, en realidad, el cerebro es un conjunto complejo de sistemas integrados que tienden a funcionar juntos. Como veremos, si se tienen ciertas experiencias de apego no óptimas, la mente del niño puede no funcionar como sistema bien integrado. Vamos a explorar los importantes elementos interpersonales de comunicación que ayudan a facilitar, o a impedir, esa integración nerviosa.

Desarrollo cerebral, memoria y relaciones humanas

La experiencia activa las neuronas. Sabemos que la activación neuronal activa la expresión de los genes para que puedan producir las proteínas necesarias y así modelar la estructura cerebral. De ese modo, la experiencia modela el funcionamiento de la actividad neuronal del momento y puede potencialmente modelar la estructura en continua mutación del cerebro durante toda la vida. Los recientes descubrimientos de la neurología consideran, de hecho, que el cerebro no pierde la plasticidad, es decir, que permanece abierto a las continuas influencias del entorno durante toda la vida.

Un gran número de genes contienen la información que determinará la estructura fundamental del cerebro humano. Antes del nacimiento se forman los elementos básicos de las estructuras más profundas del cerebro. En el momento del nacimiento, sin embargo, el cerebro está menos formado respecto a todos los demás órganos. Durante los tres primeros años, se establecerá un número inmenso de conexiones sinápticas, determinadas en primer lugar por el genoma, pero modeladas por la experiencia. Durante la siguiente década, la experiencia creará más conexiones sinápticas a medida que el niño adquiere nuevos conocimientos y habilidades durante el período escolar. En la adolescencia se produce un importante proceso de «poda», en el cual habrá una selección, por eliminación, de las sinapsis que se habían formado, hasta llegar a las densidades más bajas del adulto. No se sabe mucho acerca de esa «poda» en la adolescencia; sin embargo, algunos autores sostienen que el estrés y las anormalidades genéticas pueden producir una excesiva poda, lo que, en teoría, podría predisponer al adolescente a dificultades de tipo psiquiátrico, incluso la esquizofrenia o los graves trastornos del humor que a menudo se manifiestan sólo a esa edad.

Durante los primeros años de la vida, se desarrollan los circuitos cerebrales básicos, responsables de unos cuantos procesos mentales relacionados con la emoción, la memoria, el comportamiento y las relaciones interpersonales. Dichos procesos incluyen la generación y la regulación de la emoción; la capacidad de « flexibilidad de respuesta o comportamiento atento y reflexivo; el sentido autobiográfico del yo y la elaboración de una «autonarrativa»; la capacidad de comprender y atender a las mentes de los otros, y la habilidad para establecer una comunicación interpersonal. Distintos estudios autónomos sobre el apego dicen que, al parecer, los modelos de comunicación entre el niño y quienes cuidan de él tienen un gran impacto en el desarrollo de esos procesos mentales.

Por lo general, las influencias del entorno modelan el cerebro, alterando la intensidad de las conexiones sinápticas en su interior. Esas alteraciones pueden asumir distintas formas: (1) se pueden reforzar, debilitar o eliminar (podar) las sinapsis formadas por una información codificada genéticamente en un principio; (2) se pueden formar nuevas sinapsis como respuesta a la experiencia; (3) se pueden producir aumentos temporáneos de conexiones entre las neuronas, en caso de memoria a corto plazo o de trabajo; (4) la distribución de mielina (la capa que cubre las fibras nerviosas más maduras) aumenta la conectividad neuronal, aumentando la velocidad de conducción del «potencial de acción» eléctrico a lo largo del axón; (5) independientemente del origen de la sinapsis, la formación genética, las substancias tóxicas, y las experiencias que han causado estrés o distracción mental, pueden llevar a la eliminación de las sinapsis.

La memoria es la forma según la cual la experiencia pasada modela el funcionamiento presente y futuro. Los procesos de la memoria y del desarrollo van, de hecho, juntos. Durante el primer año de vida, el niño dispone de una forma «implícita» de memoria que incluye las formas de memoria emocional, comportamental, perceptiva y quizá corporal (somatosensorial). La memoria implícita encierra también las generalizaciones de experiencias reiteradas, llamadas «modelos mentales» o esquemas. La manera en que actúa el cerebro para recuperar ciertos recuerdos, respondiendo a señales específicas, es también parte de la memoria implícita y se denomina «selección». Cuando se activan los recuerdos implícitos, no dan la sensación interior de que se está evocando algo. Ellos influyen simplemente en nuestras emociones, comportamientos y percepciones en forma directa, aquí y ahora, sin que seamos conscientes de su conexión con alguna experiencia del pasado.

A mediados del segundo año de edad, se comienza a desarrollar en los niños una segunda forma de memoria: la memoria «explícita». Esta presenta dos formas principales: objetiva (semántica) y autobiográfica (episódica). En ambos tipos de memoria, el recuerdo está asociado a una sensación interior: «estoy recordando algo, ahora». Por lo que se refiere a la memoria autobiográfica, existe también un sentido del yo en un momento del pasado.

Como podemos ver, los niños pequeños tendrán únicamente formas implícitas de recuerdo. Nunca podrán, por tanto, recuperar, en la edad adulta, lo que fue modelado en sus mentes en los primeros meses de su vida. Este es el descubrimiento común, universal, de la «amnesia de la infancia», y se cree que se debe al tiempo, genéticamente determinado, de despliegue de la estructura cerebral, necesario para la formación de la memoria explícita. En particular, la maduración del hipocampo en el lóbulo temporal central no se realiza sino después de cumplido el primer año de edad y parece ser esencial para la codificación explícita. Más tarde, la parte delantera de las regiones frontales neocorticales (parte superior del cerebro) -la zona llamada corteza prefrontal- madurará lo suficiente para permitir que comience la memoria autobiográfica.

Esos descubrimientos nos dicen, entre otras cosas importantes, que, aunque nunca podamos recordar «conscientemente» lo que nos sucedió de muy pequeños, las experiencias que tuvimos con las personas que cuidaron de nosotros tienen un impacto fuerte y duradero en nuestros procesos implícitos. Dichas experiencias, lo hemos visto, abarcan nuestras emociones, comportamientos, percepciones y modelos mentales del mundo de los otros y de nuestro propio mundo. Los recuerdos implícitos codifican lo primero que aprendimos del mundo y modelan directamente nuestras experiencias de aquí y ahora, sin que haya huellas de su origen en los acontecimientos pasados.

Los estudios sobre el desarrollo humano dicen también que no se debe agobiar a los niños pequeños con estímulos sensorios para ayudarles a alcanzar un nivel «normal» de desarrollo cerebral. Los genes aseguran, con una cantidad suficiente de estimulación sensoria, el desarrollo correcto de nuestros procesos básicos de percepción. No es necesario tratar de formar «super-bebés» bombardeando a los niños -o a cualquier otra persona- con excesivos estímulos sensoriales. En cambio, la investigación sobre el apego, y los distintos descubrimientos autónomos de nuestros modernos estudios de genética y de neurobiología del desarrollo, hacen pensar que ese tipo especial de comunicación, en las relaciones emocionalmente cercanas, puede ser el mundo experiencial más importante en el cual se puede formar la mente del niño. Esto quizá se aprecia mejor en las distintas maneras de entender el desarrollo del yo.

El desarrollo del «yo»

Cuando pensamos en el desarrollo psicológico, en la formación de la mente, es útil reflexionar sobre lo que es, en realidad, la «psique». Existe una entidad denominada psique o mente, tan real como el cerebro, el corazón y los pulmones, pero imposible de ver directamente con el microscopio u otros instrumentos de la tecnología moderna, y tampoco sin ellos. He aquí una definición de la psique: « 1. el alma humana; 2. el intelecto; 3. en psiquiatría: la mente, considerada como percibida subjetivamente, entidad funcional basada en último término en procesos físicos, pero con complejos procesos propios; maneja todo el organismo y su interacción con el entorno». En esta definición de Webster se ve la importancia de entender lo que es la psique, el alma, el intelecto y la mente, para comprender el desarrollo humano.

Los distintos autores han presentado modos diferentes de ver el «yo». Daniel Stern, psiquiatra infantil, por ejemplo, ha examinado las maneras en que se desarrolla el yo, partiendo de las relaciones interpersonales, durante los primeros años de la vida. Antonio Damasio, un neurólogo, ha observado las estructuras neurológicas subyacentes a las manifestaciones de varios aspectos de la conciencia en el origen de tres formas muy distintas del yo. En mis propios escritos, he examinado una «neurobiología interpersonal» del sentido del yo, tal como se desprende de las diversas capas de integración nerviosa y de las formas de memoria. Puesto que la conceptualización del yo es tan fundamental para la noción de desarrollo y para la capacidad de compasión, exploraré a fondo ésa y otras perspectivas, y presentaré un nuevo enfoque de la conexión entre el sentido del yo y la representación mental/nerviosa del yo-con-el-otro en el origen de la compasión.

Stern dice que el yo se desarrolla por etapas durante los primeros años de la vida. Cada uno de los campos de la experiencia del yo comienza en una determinada edad, pero sigue teniendo un papel importante durante toda la vida. Desde el nacimiento hasta los dos meses, comienza el «yo emergente» del niño pequeño; durante ese tiempo, el cuerpo recibe los datos sensorios y el niño adquiere el sentido de organización emergente del mundo, al experimentarla directamente. De los dos/tres meses, a los siete/nueve meses, el niño comienza a tener un sentido del «yo íntimo», en el cual el sentido de acción (centro de la voluntad), de coherencia (sensaciones del cuerpo), de afectividad (emocionalidad) y de continuidad (el sentido del yo a través del tiempo en forma de recuerdo) son las características principales. De los nueve hasta los dieciocho meses, aproximadamente, aparece el «yo subjetivo» en el que hay un sentido del yo y del yo‑con‑el‑otro que abarca la atención mutua, la intención y la emoción compartida entre el niño y la persona que cuida de él. A los dos años, más o menos, ha comenzado el «yo verbal»: se empiezan a cruzar las palabras entre el yo y el otro. Más adelante, llega el período del «yo narrativo», en el que los relatos autobiográficos ocupan un papel determinante en la definición del yo.

Damasio opina que, al examinar distintos estudios neurológicos (de mentes normales y enfermas), se descubren tres formas del «yo» y dos formas de conciencia. En las profundas estructuras cerebrales que representan la información sensoria procedente del mundo exterior (percepciones) y del cuerpo (a través del sistema somatosensorial), se crea un «proto-yo». Esto se puede considerar como experiencia directa del cerebro, ya que responde a su interacción con el mundo exterior y el mundo corporal. Estos se pueden denominar mapas nerviosos «de primera categoría». En los circuitos más altos del cerebro están los procesos nerviosos que crean un mapa «de segunda categoría» del proto-yo, ya que este cambia debido a su interacción con el mundo/cuerpo. Este mapa de segunda categoría es, esencialmente, un símbolo nervioso de cambio: compara el proto-yo antes y después de la interacción. La capacidad del cerebro, de enfocar la atención en el «objeto» que produjo el cambio en el proto-yo -ya sea algo que está en el mundo (un objeto físico), que está en el cuerpo mismo o una imagen que está en la mente-, produce el sentido más elevado de conciencia que Damasio denomina «conciencia íntima». La conciencia íntima es una experiencia de «aquí y ahora», de enfocar la atención, que da la medida fundamental de cómo el proto-yo ha cambiado mediante la interacción con un «objeto» en el mundo interior o exterior. En esta interpretación del sistema nervioso, Damasio muestra la necesidad de un tercer grupo de estructuras nerviosas para llegar a lo que él denomina la «conciencia amplia». Se considera, pues, que la conciencia amplia abarca los mapas nerviosos de una «tercera categoría», o representaciones nerviosas de los cambios ocurridos en el yo íntimo en el transcurso del tiempo. Este proceso permite que el cerebro construya un «yo autobiográfico» que registra la historia del individuo, la compara con la experiencia presente y prepara para el futuro.

Personalmente, me he inspirado para mis escritos en varias de esas perspectivas, al examinar cómo las experiencias interpersonales pueden modelar esas formas autonoéticas de conciencia elevadas y amplias. El substrato nervioso que da el sentido del yo «emergente» al principio de la vida, fundamento del proto-yo, parece estar en gran parte determinado por características genéticas y constitucionales. Así, parece ser que existe, en los individuos neurológicamente normales, un mecanismo semejante que produce una experiencia de aparición del proto-yo. Este sentido del yo está arraigado en la interacción del cerebro con su entorno: el mundo exterior, el cuerpo mismo y la mente misma (el flujo nervioso de energía y de información en el interior del cerebro). Los individuos discapacitados desde un punto de vista neurológico pueden, pues, presentar diferencias significativas en la manera en que se organiza el proto-yo y, por consiguiente, en la formación definitiva de los siguientes y más elaborados sentidos del yo (íntimo, subjetivo, verbal, narrativo).

Muchas opiniones de esos autores -en paralelo con los estudios sobre la memoria implícita- coinciden en que el cerebro puede crear una experiencia del yo «aquí y ahora». Esa capacidad íntima de «vivir en el momento» puede también tener un alto grado de estructura nerviosa genéticamente determinada para ello. Sin embargo, como señala Damasio, ese yo íntimo se puede ver como mapa nervioso del cambio del individuo en respuesta a la interacción con un «objeto» del mundo exterior o interior. De ese modo, el yo íntimo puede estar sujeto a un alto grado de impacto del entorno. Por ejemplo, si el entorno está lleno de traumas y estrés, el yo íntimo sufrirá mucho. El sentido de acción, coherencia, afectividad, e incluso de continuidad (memoria) del yo, en la interacción con los otros, se verá deteriorado gravemente en casos, por ejemplo, de violencia a los niños en la familia. Por esos motivos, el sentido más profundo de conciencia del yo, de conciencia íntima, puede recibir un enorme impacto en las primeras experiencias de la infancia, incluso antes de disponer de una memoria autobiográfica.

La investigación sobre el apego muestra, por ejemplo, que uno de los motivos más importantes de apego del niño pequeño a los padres es la coherencia narrativa autobiográfica que ellos muestran. La coherencia narrativa se puede examinar al comprobar el flujo libre y flexible de información que presentan los relatos de la vida de los individuos, comenzando por los recuerdos de sus primeras experiencias. Esa coherencia se puede evaluar mediante la llamada «entrevista sobre el apego del adulto». Se trata de un examen que hacen los padres de los recuerdos que tienen de las primeras experiencias de relaciones con sus propios padres. Lo importante, aquí, es observar, en esos relatos autobiográficos, la capacidad de la mente de lograr una cierta integración de su funcionamiento. He denominado ese proceso «de autonoesis coherente». Esta integración parece dar al individuo un sentido interior de conexión con el pasado, la posibilidad de vivir plenamente y conscientemente el presente, y de prepararse para el futuro, tal como este ha sido modelado por el pasado y el presente. De este modo, la autonoesis coherente consiente que fluyan fácilmente el pasado, el presente y el futuro. Esas reflexiones libres y flexibles sobre el pasado, el presente y el futuro son típicas de los relatos autobiográficos coherentes.

Pero ¿por qué ese proceso autorreflexivo de los padres se asocia a la solidez del apego del niño? En el próximo apartado voy a presentar algunos posibles lazos entre los procesos interiores de autonoesis y las conexiones interpersonales de las relaciones entre los padres y el hijo.

El apego y el desarrollo mental

Según estudios paralelos al desarrollo de los niños, los que muestran un firme apego logran, al parecer, muchos resultados positivos, a saber: más flexibilidad emocional, más sociabilidad y más capacidades cognoscitivas. Algunos estudios sugieren que el apego firme produce una cierta forma de resistencia frente a las futuras adversidades. Otros, en cambio, dicen que es posible que las distintas formas de inseguridad en el apego tengan como consecuencia la rigidez emocional, la dificultad para establecer relaciones sociales, los desórdenes de la atención, la dificultad para comprender las opiniones de los demás y problemas ante situaciones de tensión nerviosa. El apego, acompañado de inseguridad, puede predisponer al niño a una vulnerabilidad psicológica.

Una forma de inseguridad en el apego, denominada «desorganizada/desorientada», ha sido relacionada con desórdenes de orden emocional, social y cognoscitivo, y con una predisposición a una situación clínica llamada disociación, en la que a veces se deteriora el funcionamiento organizado y coherente. En estudios recientes, se ha descubierto que los jóvenes con una historia de apego desorganizado corren fácilmente el riesgo, cuando sean adultos, de manifestar hostilidad a sus semejantes e incluso de ser violentos. Esa forma desorganizada de apego se ha tratado de asociar con el comportamiento temeroso o amenazador, hacia el niño, de quienes cuidan de él. Con frecuencia, en la «entrevista sobre el apego del adulto», que se hace a los padres de esos niños, resulta un «trauma no resuelto, o dolor», que se manifiesta en una desorientación en el relato de su propia niñez. Lo que quiere decir que, si no se resuelve el trauma de los padres, estos pueden tener comportamientos que crean al niño situaciones «paradójicas» problemáticas e imposibles de resolver. La figura del apego ha de ser fuente de alegría, de unión y de tranquilidad emocional. Por el contrario, en la experiencia del niño que desarrolla un apego desorganizado, los que cuidan de él son precisamente la fuente de sus temores y no puede dirigirse a ellos para que lo calmen.

Este descubrimiento sugiere ideas importantes con relación a la transmisión de los traumas entre las generaciones. Ayudar a esos individuos a resolver sus propias experiencias traumáticas y problemas puede ser una buena terapia para tratar de detener el daño que ese trauma crea de una generación a otra. Este y muchos otros resultados muestran que los modelos de comunicación entre el niño y la persona que cuida de él constituyen la base del desarrollo mental del niño. ¿Cuáles son, pues, los elementos esenciales para establecer apegos sólidos, y cómo podemos comprender la importancia que tendrán a lo largo de la vida del niño?.

Vamos a resumir algunos elementos fundamentales de las relaciones interpersonales que parecen favorecer el bienestar emocional y la resistencia psicológica.

Para el niño, los padres son, por lo general, las principales figuras del apego. Por múltiples razones, en muchas familias es posible que haya una menor presencia de los padres durante las horas de trabajo. Esa situación exige que respondamos a las necesidades básicas del niño pequeño, de manera que tenga la oportunidad de apegarse firmemente a adultos atentos, serenos y reflexivos, además de sus padres. Comprender las necesidades individuales del niño y su manera de comunicar, gozar con él y ser capaces de tranquilizarlo cuando está angustiado, son las características fundamentales de una relación positiva del niño con la figura del apego. He aquí, a continuación, cinco condiciones básicas para que las personas que cuidan de los niños puedan fomentar en ellos un sólido apego.

1. Colaboración. Las relaciones sólidas se fundan en una posible comunicación en colaboración. La reacción con la mirada, la expresión del rostro, el tono de la voz y los movimientos corporales son aspectos fundamentales de esta comunicación con señales no verbales, que crea un vínculo entre dos mentes en un nivel básico de emociones «primarias». Estas últimas se pueden considerar como «música mental» y, por tanto, la transmisión de esas señales no verbales, la comunicación de los estados primarios de la mente entre dos personas, produce una conexión en resonancia que lleva un sentido de vitalidad naciente. Cada persona puede llegar a «sentirse sentida» por el otro. Algunos adultos pueden incluso encontrar esas experiencias de comunicación estimulantes y fáciles de establecer; otros las pueden considerar desagradables y extrañas, y no ser capaces de participar en esa íntima experiencia de «conexión». Los niños necesitan esas experiencias de unión porque les proporcionan el alimento emocional que requiere la mente en desarrollo. Las relaciones de «conexión», y que permiten la colaboración, parecen proporcionar a los niños esa inmensa cercanía interpersonal que sirve para el desarrollo de muchos campos, incluso de las funciones sociales, emocionales y cognoscitivas.

2. Diálogo reflexivo. Las relaciones de apego sólidas entre dos personas pueden incluir la manifestación verbal de un punto focal en la experiencia interior de ambas. Las figuras del apego reconocen las señales que envía el niño e intentan captarlas en sus propias mentes, para comunicar luego con el niño, de manera que se establezca un «significado», para el niño, en el diálogo con la persona que cuida de él. La experiencia interior, o «estado mental», puede incluir emociones, percepciones, pensamientos, intenciones, recuerdos, ideas, creencias y actitudes. Concentrándose directamente en estos aspectos de la vida mental, el adulto puede comprender que la experiencia subjetiva es importante, y que es posible comunicarla y compartirla. De este modo, la «mente» misma se vuelve un punto focal central de comunicación entre dos mentes. Ese proceso de dar un significado, junto con la comunicación recíproca en colaboración, permite que el niño desarrolle la «visión mental», la capacidad de la mente de crear la representación de la mente de los otros y de la propia mente.

3. Reparación. Cuando esa comunicación armoniosa se interrumpe, cosa que será inevitable, la reparación de la ruptura puede ser importante para restablecer la conexión entre las dos personas. La reparación es saludable porque ayuda a enseñar al niño que la vida está llena de momentos ineludibles de malentendidos y de conexiones no logradas, posibles de identificar para volver a crear la conexión. La arrogancia de un adulto puede a veces inhibir la reparación y dejar al niño aislado, en lo que se podría definir un estado de vergonzosa desconexión. Una desconexión prolongada, especialmente si va acompañada de hostilidades y humillaciones, puede tener efectos negativos graves para el desarrollo de los sentidos del yo en el niño. La reparación de las inevitables desconexiones de una comunicación armoniosa puede realizarse naturalmente si los padres y demás figuras del apego prestan al niño una atención sólida, previsible, reflexiva y llena de cuidados.

4. Narración coherente. La conexión entre pasado, presente y futuro es uno de los procesos centrales de la mente en la creación de la forma autobiográfica de conciencia del yo. Los adultos pueden enseñar a los niños qué es. el mundo del yo y el de los otros, construyendo con ellos historias de acontecimientos de la vida centradas en las actividades y en la vida mental de los protagonistas. Haciendo esto, el adulto colabora en la construcción de la realidad del niño, y le da al mismo tiempo los instrumentos necesarios para captar el mundo interior y el mundo exterior en que vivimos todos.

5. Comunicación emocional. Las figuras del apego pueden compartir y aumentar la alegre y positiva experiencia de vivir. Esos momentos intensos de coparticipación del sentido de vitalidad son importantes para crear las bases de una actitud positiva hacia el yo y hacia los otros. Igualmente importante es la capacidad de la figura del apego, de permanecer unida al niño en momentos de emociones desagradables. Así, los estados emocionales negativos pueden ser compartidos si el adulto ayuda al niño a aplacarlos y a calmar su aflicción. Ayudar a un niño a aprender que no será abandonado emocionalmente en esos momentos, y que él mismo puede aprender a comprender y a dominar ese estado emocional doloroso, es un papel importante que debe desempeñar la figura del apego.


El desarrollo de la «visión mental»

La mente del niño parece realizar una manera esencial de fijar las interacciones del individuo con el mundo en las funciones nerviosas del cerebro. Al principio de la vida del niño, las interacciones con las figuras del apego parecen ser muy importantes para la formación de los sentidos íntimo (aquí y ahora) y autobiográfico (pasado, presente y futuro) del yo. Podemos ver esos efectos interactivos en las formas principales en que el cerebro crea los mapas nerviosos del yo bajo la influencia del «objeto». Esos mapas nerviosos constituyen la esencia de la manera en que el cerebro construye sus experiencias específicas de la realidad.

Una forma de mapa nervioso es la manera en que el cerebro crea las imágenes de las otras mentes. He utilizado el término «visión mental» para describir aquello que muchos investigadores han denominado de distintos modos: mentalización, función reflexiva, teoría de la mente y percepción social. Esencialmente, se trata de la capacidad de una mente de «percibir» o crear representaciones mentales de sí misma o de otra mente. Los elementos básicos de la mente que se «ven» pueden incluir pensamientos, sentimientos, percepciones, creencias, actitudes, intenciones y recuerdos. Esa capacidad tan compleja se desarrolla durante la niñez, y quizá se va enriqueciendo continuamente en el transcurso de toda la vida. En algunos individuos con deterioros neurológicos, la capacidad de visión mental puede verse menoscabada, como en los niños que sufren de un desorden llamado autismo. En algunos casos de padres dominantes, se observa que disminuyen las capacidades mentales de los niños. Es posible suponer, pues, que la capacidad de visión mental se desarrolla en el individuo con una estructura neurológica intacta que experimenta un cierto grado de apegos sólidos no dominantes.

Desde una perspectiva neurológica, la comprensión de la visión mental puede abrir nuestras mentes a apreciar más profundamente el papel de las formas no verbales, tanto de conciencia en el individuo como de comunicación entre los individuos. Creo que la visión mental es la piedra fundamental para construir la compasión. Buscar, por tanto, las maneras de fomentar el desarrollo de la visión mental puede ser un medio de ayudar a crear un mundo más compasivo.

Al explorar el substrato nervioso básico de los elementos que permiten al cerebro la creación de mapas de otras mentes, ha sido útil examinar las características de los sistemas más amplios del cerebro: los hemisferios izquierdo y derecho. El resumen de los aspectos más destacados de esos resultados revela algunos puntos importantes: del período embrional en adelante, se presenta una gran asimetría en el sistema nervioso. Las funciones «elevadas» del cerebro, las del pensamiento más complejo y abstracto, están modeladas directamente por las fuerzas de motivación de las zonas «inferiores» del mismo lado del cerebro. El lado izquierdo y derecho del cerebro parecen ser manejados por distintas «corrientes» de procesamientos, o circuitos nerviosos, que crean diversos flujos de información que dirigen el procesamiento de la información subsiguiente en determinadas direcciones. Así, el hemisferio derecho realiza más acciones de autososiego del niño, tiene un trazado más integrado del «sistema somatosensorial» (la representación del cuerpo en la mente), regula directamente los procesos corpóreos, está implicado en la expresión afectiva y en la percepción, está especializado en los procesos visuales, transmite el recuerdo autobiográfico. La capacidad de visión mental puede depender de varios de esos circuitos de procesamiento de las informaciones de tipo corporal, emocional y social, que se hallan sobre todo en el lado derecho del cerebro.   ⇦. ⇦. ⇦

El lado izquierdo del cerebro, en cambio, está interesado más bien en acciones de exploración, en el niño; tiene muy poca representación integrada o regulación del cuerpo, y no puede leer muy bien las expresiones verbales de las emociones de los demás. El lado izquierdo del cerebro tiene un modo de procesamiento esencialmente lingüístico, y un modo de procesamiento de la información que utiliza el «raciocinio silogístico», que busca las relaciones entre causa y efecto desde una perspectiva lineal y lógica. Se dice que el hemisferio izquierdo tiene funciones de «intérprete» e intenta utilizar la información limitada de que dispone para evaluar las distinciones verdaderas y falsas, y determinar las relaciones causales, en descripciones narrativas lineales y lógicas.

Los lados izquierdo y derecho del cerebro están anatómicamente aislados, con excepción de las conexiones directas mediante fajas de tejido nervioso, denominadas corpus callosum, y las comisuras anteriores. Es posible que haya un paso indirecto de la información por otros sitios, incluso la zona denominada cerebelo. Hay que señalar el hecho de que la violencia en los niños pequeños deteriora el desarrollo del corpus callosum y, por tanto, detiene todo el desarrollo cerebral. El estrés excesivo es tóxico para el cerebro en desarrollo. Una amplia gama de estudios sobre el ser humano dice que las distintas funciones de los hemisferios izquierdo y derecho pueden ser «integradas», en condiciones normales, en la creación de la mente. Así pues, normalmente experimentamos una combinación de funciones de ambos hemisferios. Pero la separación anatómica de los dos hemisferios produce también un aislamiento funcional, en ciertas situaciones.

De este modo, es posible observar que algunas figuras del apego aíslan la producción verbal (lado izquierdo de la lingüística) de las propias expresiones faciales y del tono de voz (producción del lado derecho). En mis escritos he presentado un modo de comprender por qué esas experiencias de apego no integrado producen un impacto en el cerebro en desarrollo del niño. He aquí las ideas que se desprenden: el hemisferio derecho es el sector dominante del cerebro durante los primeros años de vida del niño. «Dominante» significa que ese hemisferio crece más rápidamente y es más activo. De hecho, las zonas del hemisferio derecho en el interior de la corteza prefrontal (región órbito‑frontal, precisamente detrás y encima de las órbitas de los ojos), que regulan las funciones corpóreas y la comunicación emocionalmente armoniosa, parecen desarrollarse activamente durante dicho período. Así, las maneras de comunicar con el niño que logra establecer, durante esos primeros años decisivos, la persona que cuida de él, pueden ayudar a modelar la capacidad del hemisferio derecho para regular el yo, las relaciones entre el yo y los otros, el sentido autobiográfico del yo y la capacidad de visión mental. Trabajos recientes muestran que esas regiones prefrontales del cerebro pueden también ser una parte del sistema integrado que consiente el comportamiento social y moral. En los casos señalados de daño precoz a esa zona importante del cerebro, se han comprobado en las personas notables deterioros, tanto en la capacidad de captar una información básica de tipo social, como en la de tener un comportamiento social y moral coherente. Lo que la ciencia no nos puede decir exactamente es cómo algunas experiencias precoces negativas, en la vida del niño, pueden posiblemente influir en el desarrollo de ese complejo sistema, incluso de las regiones prefrontales, que, se supone, son aquellas que consienten los comportamientos sociales y morales.

Lo que sí sabemos, por estudios autónomos sobre el desarrollo del niño, es que algunas experiencias relacionadas con el apego parecen producir comportamientos de adaptación social y de responsabilidad moral en los niños. Algunos sostienen que los apegos sólidos abarcan los elementos fundamentales ya mencionados, y dependen de la habilidad del adulto de crear una forma colaborativa de comunicación con el niño. Pero ¿cómo puede un adulto, que posee una orientación lógica y verbal, comunicar con un niño cuyo hemisferio dere cho no verbal es esencialmente dominante, para ayu darle en las primeras fases de desarrollo de esas impor tantes funciones? La interacción no verbal entre el niño y las personas que cuidan de él se puede considerar el elemento más importante para ayudar a crear un apego firme en los albores de la vida. Como se ha dicho antes, los diálogos reflexivos que ayudan al niño a dar un sig nificado y a interpretar el mundo complejo de las men tes humanas son muy importantes a medida que crece. Pero los adultos viven con frecuencia en un mundo lógico, lleno de ideas en las que dominan las palabras, y esos procesos realizados con el hemisferio izquierdo están a menudo alejados de las experiencias no verbales, más sutiles, que el adulto debe ser capaz de compartir con el niño. Esencialmente, el cerebro del niño necesita «sentirse sentido» por quien cuida de él. Ese sentimiento de conexión puede, en efecto, ser muy importante para cada uno de nosotros, en todas nuestras relaciones, en el transcurso de la vida.

«Sentirse sentido» es la experiencia del niño pequeño de «ser una sola cosa» con la persona que cuida de él, la primera experiencia de trascendencia en la vida del niño. El mundo interior del yo y la conexión interpersonal con la persona que le atiende, mediante señales no verbales, crean un sentido de unión espiritual entre dos personas sólidamente unidas.

¿Cómo pueden las figuras del apego proporcionar un fundamento tan importante de «pertenencia», en el mundo? ¿De qué modo ese sentido básico de «unión» influye en la mente en desarrollo del niño? El mecanismo de ese importante punto de partida es el intercambio de señales no verbales entre el niño y la persona que cuida de él. A nivel neurológico, ese intercambio implica la expresión del hemisferio derecho de las dos personas que están interactuando. Como el hemisferio derecho envía y comprende esas señales, se crea una oportunidad de «resonancia» de las mentes de cada uno de los dos individuos. En este nivel no verbal del yo íntimo, la interacción del yo con el otro queda trazada en el cerebro. Con Stern y Damasio, podemos decir que el proto-yo emergente recibe las señales de la persona que cuida del niño y traza los cambios en el proto-yo respondiendo a esas señales no verbales. Dichas señales son «el objeto» que produce los cambios en el proto-yo, y así ellas mismas se entrelazan directamente en la construcción del yo íntimo. Este yo íntimo constituye así, el mapa nervioso de segunda categoría del proto-yo transformado, mientras la conciencia íntima enfoca la atención en el «objeto»: el rostro del adulto, su mirada, tono de voz y ademanes.

Se produce, así, en el cerebro del niño, una imagen multisensoria de las señales no verbales emitidas por la persona que cuida de él. Esas señales no verbales revelan lo que he denominado los estados emocionales «primarios» de la mente del individuo. Dichas emociones primarias, o música mental, constituyen el modo más directo por con el cual se puede expresar exteriormente a otra persona el estado subjetivo no verbal, del procesamiento mental normal. De este modo, precisamente, la comunicación emocionalmente armoniosa, el intercambio en resonancia de señales no verbales, permite que el niño «se sienta sentido» y crea un sólido apego con el adulto que establece esa unión. El intercambio de esas expresiones no verbales de las emociones primarias consiente la conexión más directa entre dos mentes. En esas experiencias armoniosas y de colaboración, el yo íntimo del niño firmemente apegado puede, entonces, manifestar una coherencia entre el yo y el «otro». Este enfoque del yo como « el yo en armonía con el otro » es, me parece, el origen del desarrollo de nuestra capacidad natural de cuidar de los demás y de sentirnos unidos a ellos en todo el mundo.

La comunicación emocional de esas conexiones en resonancia se hace más compleja a medida que el niño crece y madura. El adulto sigue utilizando, como lo deberíamos hacer en nuestras relaciones a lo largo de la vida, el intercambio de señales no verbales como medio básico de comunicación. Como ya se ha dicho, el núcleo del intercambio emocional con el niño que está creciendo está constituido por esa coparticipación y ampliación de los estados emocionales positivos, y por la coparticipación y la reducción de los estados negativas. Esos intercambios emocionales, reiterados y seguros, permiten que el niño se sienta conectado con el mundo. Esas mismas comunicaciones le consienten, desde el principio, confiar en las personas que cuidan de él, para que le ayuden a equilibrar sus emociones y, más adelante, a adquirir una forma más autónoma de `autoajuste" flexible. La comunicación emocional armoniosa en los apegos sólidos lleva, pues, a una capacidad sana y flexible de `autoajuste". 

Compasión, integración nerviosa y experiencia trascendente

Ese profundo sentido de conexión interactiva, esa serie de comunicaciones en resonancia que influyen mutuamente, permiten que el niño desarrolle un sentido de visión mental. A medida que el niño va creciendo, esos procesos no verbales de visión mental del hemisferio derecho, que se han transmitido, pueden combinarse con el impulso narrativo verbal del análisis «interpretativo» de causa y efecto, del hemisferio izquierdo, como procesador lingüístico. Digamos que ese proceso de integración de los dos hemisferios permite una forma no verbal armoniosa, y verbalmente empática, de interacción con los otros. Tal integración constituye, nos parece, el origen de la compasión.

Es posible considerar que las relaciones humanas incluyen esos principios de complejidad. En escritos anteriores he indicado que las formas de apego firme permiten vínculos interpersonales en resonancia, en el sentido de que estimulan una combinación entre la diferenciación de cada individuo y la integración de cada persona en formas colaborativas, contingentes, de comunicación de emociones. Así, podemos ver que las relaciones humanas que fomentan tanto las diferencias individuales (diferenciación) como la colaboración interpersonal (integración), pueden promover los estados más complejos. La teoría de la complejidad -dice que los sistemas que aspiran a esa complejidad son, de hecho, los más estables, los que se adaptan con mayor flexibilidad y, además, son capaces de una amplia serie de procesos de «auto-organización». En el marco de las formas de apego sólidas, esa auto-organización se puede considerar como el máximo don que ofrecen al niño las personas que cuidan de él: dar al yo la posibilidad de lograr la diferenciación y la integración, con la adquisición de medios flexibles y adaptables para realizar el `autoajuste". Dicho proceso progresivo incluye la adaptación interior de las funciones mentales, así como la modificación continua de las conexiones interpersonales. Esa capacidad de combinar la modificación de las dimensiones interiores y exteriores (interpersonales) de las conexiones puede ser esencial para la salud mental y el bienestar emocional.

El vínculo de un apego sólido, el desarrollo de la visión mental y la función de procesamiento no verbal y verbal pueden ayudarnos también a explorar las posibles conexiones entre la compasión y la experiencia trascendente. Básicamente, ambas tienen que ver con la dimensión interrelacional de la vida. En lo más profundo del cerebro, existe un sentido de la manera en que se forma el yo en sus interacciones con el mundo, especialmente el mundo de los otros seres vivos. La forma autonoética o amplia, de conciencia del yo autobiográfico, parece consentir procesos abstractos más elevados y complejos que representan el yo en el tiempo y en el espacio. Ese proceso crea el «contexto» del yo en el mundo. El planteamiento de la visión mental como bloque de construcción de la compasión ofrece el marco para explorar las relaciones entre el sentido de un yo autobiográfico (autonoesis), la compasión (visión mental) por la experiencia de los demás, y el sentido de conexión con el «mundo que está más allá del yo», que puede ser fundamental para la experiencia de la trascendencia. Así, básicamente, el modo en que llegamos a construir nuestra integración del pasado presente futuro está fundado en el yo, en interacción con el yo de otros individuos. De esta manera la comunicación colaborativa de las relaciones de apego modela directamente el desarrollo del yo.

Podemos decir que el cerebro está proyectado con la capacidad innata de trascender los límites del cuerpo, integrándose con el mundo, especialmente el mundo de los otros cerebros. Esta conexión consiente la visión mental y crea la capacidad de compasión.

La investigación sobre el apego dice que la mente puede seguir desarrollándose si responde a las relaciones interpersonales a lo largo de toda la vida. Esas transformaciones de los modelos mentales interiores del apego se pueden realizar con una continua apertura del cerebro al cambio, como respuesta a la experiencia, tal como lo sostiene la investigación más reciente en el campo neurobiológico. Queda, pues, la posibilidad de que las experiencias progresivas, especialmente aquellas relacionadas con los aspectos fundamentales de un apego sólido que se han descrito arriba, permitan que algunos individuos adquieran una capacidad mayor de visión mental. Se espera, por tanto, que esas experiencias interpersonales -en las relaciones que comprometen emocionalmente, en la psicoterapia y en las comunidades educativas- puedan apoyar el desarrollo de la visión mental y un modo de vivir más compasivo en todas las edades.

Se puede decir que, a medida que nos desarrollamos en el transcurso de la vida, existe una tendencia natural hacia tipos de conexiones cada vez más complejos en el interior de nuestras mentes y con el mundo exterior e interpersonal. Así, desarrollando un sentido autobiográfico más rico del yo, la compleja narrativa progresiva que comprende el pasado, el presente y el futuro se puede considerar como resultado natural de ese proceso de desarrollo interior. Exteriormente, el cerebro en fase de maduración puede crear altos grados de complejidad en sus vínculos con el mundo, más allá del cuerpo mismo.